miércoles, 27 de diciembre de 2006

La estirpe de la luna – por Christian Ferrer

Mariana 12/05/2006
Encontré este ensayo en internet y me pareció interesante. Aquí va.

Hay seres cuya existencia entera está afectada por la Luna. Nick Cave es uno de esos seres lunares. No es la luz, sino la oscuridad la que concede vigor y pensamiento a estos hombres. La luna es un sol para la noche y sus criaturas: irradia un poder mágico, denso y aurático. Y hay mariachis que le cantan salmos retorcidos a modo de retribución: canciones negras y cuerpos poseídos sobre el escenario de pequeñas discotecas. Remedios para licántropos. Quizás. La luz lunar se corresponde con el único músico de rock contemporáneo cuyas obsesiones religiosas lo colocan en una tierra de nadie donde Dios aún amonesta y persigue a la descendencia de Caín. No es poco en un mundo en el cual los rockeros constituyen ya un nuevo modelo de bienpensantes bien pagos: una peste institucional. Transgresión y capital es una de las parejas consagradas del primer mundo. Cave no está "contra" sino fuera de la ley. Casi anacrónica, su rebelión está dirigida contra la creación misma. En cierto modo, es un personaje inaccesible a la pesadilla social, aunque sufre la pesada cruz del mal que asuela su propia alma. Nick Cave es un pecador, más no un integrante de la nueva ciudadanía progresista que pretende mejorar a la humanidad. Un amotinado espiritual antes que un reformista social.Los héroes y personajes de Cave no son los revolucionarios o los desprotegidos, sino los rechazados, los sufrientes, los perseguidos y los emocionalmente torpes. Algunos prontuarios: el condenado a muerte, el negro linchado, el predicador lunático, los solitarios de la gran ciudad, la troupe del circo, el "hombre buscado vivo o muerto", el pecador impenitente, la asesina pasional, el borracho desesperanzado, los hombres taciturnos y ariscos, las mujeres fatales o condenadas. Un retablo de misántropos y almas perdidas. Las grandes metrópolis aturden y desesperan a estos convidados al aquelarre de los extraviados, pero la luna piadosa desliza un hacha vengativa entre sus dedos. En las canciones de Cave la ciudad es un gran basural, una ciénaga donde fermentan pecado y dolor; y el hogar, un sitio donde no se es bienvenido. Odre reseco a cuya piel están cosidas fauces insaciables, la ciudad necesariamente nos transforma en criminales o, cuanto menos, en seres sufrientes y agresivos que se defienden replicando con humor tétrico y sarcástico a la indiferencia o el desprecio de las satisfechos. En el cielo "los santos están borrachos y las carrozas de los ángeles chocan entre sí" y en las calles "piquetes de linchamiento y escuadrones de la muerte" escrutan los semblantes "mientras nacen bebés sin cerebros todo el tiempo y la muerte nos asalta desde cada puerta".Tampoco en el amor hay salvación. El amor es un virus que el demonio inocula en la piel. En los ojos de las mujeres está cincelada una lápida y sus cuerpos son tumbas abiertas. Cave comparte con Baudelaire la misma concepción de la urbe y del amor. Si el progreso promete mayor corrupción y el matrimonio evoluciona como una carie, la salvación parece residir únicamente en la incitación a ejercer la piedad y en alusiones repetidas al juicio final que anunciaría la purificación de las ciudades. Nick Cave, como buen teólogo negativo, es un moralista. El Cristo crucificado en sus canciones es una metáfora de nuestra condición de espantapájaros que resisten la tormenta, la muchedumbre o la ley ("todos los martillos están hablando / todos los clavos están cantando / y una sociedad de prostitutas clava agujas en una imagen de mi"). Es el vía crucis del cuerpo sufriente en las grandes capitales del siglo XX el tema obsesivo de Cave. ¿Un rockero religioso? En su casa natal de Warracknabeal, pueblo australiano con un solo bar, sus padres leían la Biblia cotidianamente. Las heridas de los personajes de Cave se niegan a cerrar, su dolor aporta al cuerpo una suerte de agudeza crítica. Esos cuerpos atraviesan un pantano. Sus pies son raíces sedientas. La oscura savia transportada a la mente es negra y espesa, similar al agua del manantial viciado del que manó. Cave define a la vida como un "tren de resignación que avanza sobre raíles de dolor". La memoria es el maquinista ciego incapaz de olvidar, de purgarse. El sufrimiento penetra lentamente en el cuerpo, calándolo, esculpiendo estrías y grabando moretones en la piel.Pero hay un antídoto: cantar, como un ademán de resistencia, una protesta indignada ante el naufragio espiritual. Cave canta con los órganos, en cada una de sus interpretaciones expresa una desesperación estremecedora o una especie de insanía inquietante. Pero la música no transporta su alma a ningún paraíso artificial. En alguna canción escribió que "la música arranca la sangre". Se sabe que el cuerpo de Cave fue durante años una ciudadela sitiada. Un cuerpo tomado desde dentro por un veneno pálido que remaba en la corriente sanguínea. Un prisionero sin voluntad de fuga, pero a la vez un reo cuyo torso y boca se retorcían en el escenario confrontando la enfermedad social con una de las voces más perturbadoras de la música actual. En su mente brilla la luna heroinómana. Cave recogía los despojos que el cuerpo sufrido segregaba en la garganta. Eso es una voz liberadora. Pues la música arranca la sangre.Los espíritus regidos por el sol continúan linajes distintos a los que guían a los seres lunares. No es difícil reconocer en la obra de Cave las influencias de un tardoromanticismo de índole maldita. Baudelaire seguramente, pero también, antes, el Goya de los Caprichos y los Desastres de la guerra. Cave ha interpretado canciones de Bob Dylan, de Leonard Cohen y de Neil Young, no casualmente músicos impregnados por diversos matices de religiosidad. Por momentos, el uso recurrente que hace Cave del lenguaje bíblico lo asemeja a un pastor ya muy baqueteado. Pero él, al igual que Goya, sólo quiere retratar algunos atributos de la naturaleza humana contemporánea: la necesidad, la crueldad de las multitudes, la iniquidad entendida como pecado -y no como pésima distribución de recursos económicos-, la cobardía moral, la resignación destructora de la alegría, la ineficacia de la oración para salvarse. Se trata de una visión de la vida a la vez religiosa y pesimista, romántica y nihilista. Cave es de los que se pasan el día cavando la propia tumba, pero con la mirada puesta en las puertas todavía cerradas del Hotel de Dios, donde "todo el mundo estará ciego / y no se verá un letrero en la puerta principal que diga / "se prohibe la entrada a indios y negros" / donde todo el mundo tendrá un cielo / y no verás garabateando en la pared del lavado / "deja que Rosy te haga ver el paraíso, llama al 686-844". El rock no es para Nick Cave una forma de vida ni un objetivo político-cultural ni un estilo generacional: es un medio para expresar esas urgencias espirituales. En los últimos quince años, Cave se ha valido de diversos géneros (el punk, el rock industrial, el blues, la balada, la letanía, el country): ha utilizado la música como un bálsamo potente que alivia el peso que amenaza quebrar la clavícula de sus personajes, tratándolos con ira despreciativa y con emocionada misericordia. Es su modo de conjurar la suciedad del alma y la corrupción social, entonando lamentos negros a la hora en que sale la luna.

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